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lunes, 6 de enero de 2014

¡A Juan se le había caído un diente! Un cuento de niños...

A Juan se le había caído un diente. Es verdad que esto era normal siendo un niño; de hecho, su mamá ya le había explicado algo relacionado con unos dientes de leche que se tenían que caer para que salieran otros más fuertes. Aquello no lo terminaba de entender, sobre todo cuando veía que la leche que tomaba cada mañana no se parecía en nada a sus diminutos dientes. No obstante, de toda aquella historia, lo que más le gustaba era aquello de un ratoncito que se llevaba tu diente, pero que a cambio te dejaba un regalito mientras dormías. ¡Eso era fantástico!
Al despertar, Juan miró ilusionado debajo de la almohada y... efectivamente, el diente había desaparecido y en su lugar había un pequeño sobre. Mientras lo abría sus grandes ojos se pusieron redondos y no pestañeaban ni un segundo para no perder detalle. ¡Qué maravilla!, un billete de 10 euros junto a una nota: «Querido Juan: Hoy he tenido que recoger muchos dientes y no puedo acarrear con un juguete para cada niño, por eso he pensado que esta tarde vayas con papá y mamá a una tienda y te compres lo que quieras. Un besito...». Aquello le pareció una buena idea; además, era comprensible que un ratón tan pequeño no pudiese transportar montones de regalos.
Tal y como le había propuesto su amigo el ratoncito, Juan fue aquella tarde con su papá, su mamá y su billete de diez euros, a una pequeña tienda de juguetes que había en su barrio. Iba feliz, aunque algo agobiado, ya que decidirse por un juguete entre montones y montones de juguetes podría ser un problema. Lo importante era que papá y mamá no perdiesen los nervios y le hiciesen coger el primer juguete que vieran a mano.
En la tienda comenzó dando un rápido vistazo por algunas secciones: muñecos ya tenía muchos, animales también, aviones, barcos, motos... De repente se paró. Nunca había visto un camión con tantas luces y tan preciosísimo. Sus grandes ojos se pusieron tan redondos como cuando abrió el sobre que el ratoncito le había dejado. El camión andaba solo, tenía bocina, un enorme remolque, se le abrían las puertas, ... En fin, una maravilla. Lo cogió de la estantería con mucho trabajo, porque el camión era grande y sus brazos apenas podían abarcarlo (en aquel momento comprendía mucho más al ratoncito con sus dificultades para acarrear con tantos regalos). Entre sus dedos el sobre con el billete de diez euros. Lo puso sobre el mostrador y el vendedor, sonriente, le preguntó:
-          ¿Es éste el que te gusta?
-          Sí, - respondió apresurado Juan-. ¿Cuánto cuesta?
-          Pues mira – respondió el vendedor- estos camiones vienen de Asia y sólo cuestan cinco euros.
A Juan se le transformó el rostro, tomó el camión y comenzó a caminar lento y cabizbajo para devolverlo a su sitio. Ni papá, ni mamá ni el vendedor entendían nada...
-          ¿Es que tiene algún defecto?- le preguntó su papá.
-          No – contestó Juan.
-          ¿Es que has pensado en otro juguete? – le preguntó mamá
-          No – contestó.
-          ¿Es que no te llega el dinero para comprarlo?- le preguntó el vendedor.
-          Ese no es el problema – insistió Juan.
-          ¿Entonces? – se preguntaron los tres adultos.
-          Es demasiado barato – comentó entre dientes el pequeño Juan.
-          ¿Cómo? No salían de su asombro y ante tal insólita situación la mamá le pidió a Juan que se explicase.
«Papá y mamá, ya sabéis lo que me encanta jugar; y yo os veo disfrutar viéndome en mi cuarto afanado en construir un castillo, en conseguir que mi león y mi cerdito se lleven bien y merienden juntos, en colocar a todos mis soldados en fila, ... Me habéis enseñado a recoger los juguetes, a cuidarlos, a respetarlos. Si pago cinco euros por este camión le falto al respeto. Este camión vale mucho más. Este camión es fantástico, viene de muy lejos, ha sido construido por manos sabias...»

Y así Juan decidió entregar el sobre con los diez euros en un lugar donde cuidaban a niños a los que sus papás y mamás no habían respetado lo suficiente. Aquel día Juan se acostó consciente de que el ratoncito le sonreía, y esperando a que pronto otro diente de leche se le cayera...

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