A
Juan se le había caído un diente. Es verdad que esto era normal siendo un niño;
de hecho, su mamá ya le había explicado algo relacionado con unos dientes de
leche que se tenían que caer para que salieran otros más fuertes. Aquello no lo
terminaba de entender, sobre todo cuando veía que la leche que tomaba cada
mañana no se parecía en nada a sus diminutos dientes. No obstante, de toda
aquella historia, lo que más le gustaba era aquello de un ratoncito que se
llevaba tu diente, pero que a cambio te dejaba un regalito mientras dormías.
¡Eso era fantástico!
Al despertar, Juan miró ilusionado debajo de la almohada
y... efectivamente, el diente había desaparecido y en su lugar había un pequeño
sobre. Mientras lo abría sus grandes ojos se pusieron redondos y no pestañeaban
ni un segundo para no perder detalle. ¡Qué maravilla!, un billete de 10 euros
junto a una nota: «Querido Juan: Hoy he tenido que recoger muchos dientes y
no puedo acarrear con un juguete para cada niño, por eso he pensado que esta
tarde vayas con papá y mamá a una tienda y te compres lo que quieras. Un
besito...». Aquello le pareció una buena idea; además, era comprensible que
un ratón tan pequeño no pudiese transportar montones de regalos.
Tal y como le había propuesto su amigo el ratoncito, Juan
fue aquella tarde con su papá, su mamá y su billete de diez euros, a una
pequeña tienda de juguetes que había en su barrio. Iba feliz, aunque algo
agobiado, ya que decidirse por un juguete entre montones y montones de juguetes
podría ser un problema. Lo importante era que papá y mamá no perdiesen los
nervios y le hiciesen coger el primer juguete que vieran a mano.
En la
tienda comenzó dando un rápido vistazo por algunas secciones: muñecos ya tenía
muchos, animales también, aviones, barcos, motos... De repente se paró. Nunca
había visto un camión con tantas luces y tan preciosísimo. Sus grandes ojos se
pusieron tan redondos como cuando abrió el sobre que el ratoncito le había
dejado. El camión andaba solo, tenía bocina, un enorme remolque, se le abrían
las puertas, ... En fin, una maravilla. Lo cogió de la estantería con mucho
trabajo, porque el camión era grande y sus brazos apenas podían abarcarlo (en
aquel momento comprendía mucho más al ratoncito con sus dificultades para
acarrear con tantos regalos). Entre sus dedos el sobre con el billete de diez
euros. Lo puso sobre el mostrador y el vendedor, sonriente, le preguntó:
-
¿Es
éste el que te gusta?
-
Sí,
- respondió
apresurado Juan-. ¿Cuánto cuesta?
-
Pues
mira – respondió el
vendedor- estos camiones vienen de Asia y sólo cuestan cinco euros.
A
Juan se le transformó el rostro, tomó el camión y comenzó a caminar lento y
cabizbajo para devolverlo a su sitio. Ni papá, ni mamá ni el vendedor entendían
nada...
-
¿Es
que tiene algún defecto?-
le preguntó su papá.
-
No – contestó Juan.
-
¿Es
que has pensado en otro juguete? –
le preguntó mamá
-
No – contestó.
-
¿Es
que no te llega el dinero para comprarlo?- le preguntó el vendedor.
-
Ese
no es el problema –
insistió Juan.
-
¿Entonces? – se preguntaron los tres adultos.
-
Es
demasiado barato –
comentó entre dientes el pequeño Juan.
-
¿Cómo? No salían de su asombro y ante tal
insólita situación la mamá le pidió a Juan que se explicase.
«Papá
y mamá, ya sabéis lo que me encanta jugar; y yo os veo disfrutar viéndome en mi
cuarto afanado en construir un castillo, en conseguir que mi león y mi cerdito
se lleven bien y merienden juntos, en colocar a todos mis soldados en fila, ...
Me habéis enseñado a recoger los juguetes, a cuidarlos, a respetarlos. Si pago
cinco euros por este camión le falto al respeto. Este camión vale mucho más.
Este camión es fantástico, viene de muy lejos, ha sido construido por manos
sabias...»
Y así
Juan decidió entregar el sobre con los diez euros en un lugar donde cuidaban a
niños a los que sus papás y mamás no habían respetado lo suficiente. Aquel día
Juan se acostó consciente de que el ratoncito le sonreía, y esperando a que
pronto otro diente de leche se le cayera...
No hay comentarios:
Publicar un comentario