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lunes, 20 de enero de 2014

Aunque todos, yo no. Reflexiones desde el aula...

1.- Profesores cristianos en la Escuela Católica
No somos funcionarios del Estado, no queremos serlo. Nuestra opción laboral nace desde una opción existencial marcada por los valores del Evangelio. Es más, decidimos que nuestra opción laboral se inserte en una realidad concreta: la Escuela Católica. Somos trabajadores al servicio de la tarea educativa y evangelizadora de la Iglesia.
Tener esta posibilidad es una suerte para todos nosotros. Trabajamos con y entre hermanos y hermanas que quieren, como yo, ser discípulos del Señor, ser sal y luz en medio del mundo.
Pero también esta opción requiere un plus de entrega, de cariño puesto en lo que hacemos, de exigencia personal, que no recoge ninguna ley, ningún precepto humano, ningún convenio colectivo. Y es que las cosas de Dios no pueden someterse a un calendario, a un horario. Todo ello sin olvidar, por supuesto, que todo obrero merece su salario y su descanso.
Trabajamos, además, con una materia prima especial. Los niños y niñas son el encargo que la Iglesia nos encomienda. Recae sobre nosotros una gran responsabilidad.

2.- Los niños, preferidos en el corazón de Cristo
Es importante no olvidar y aplicarnos día a día a nosotros mismos las palabras de Juan Pablo II con motivo del IV Centenario de la primera escuela popular gratuita de Europa:
«Si Calasanz supo ver en el rostro de aquellos niños romanos, abandonados a sí mismos, el reflejo del rostro de Cristo, ahora os toca a vosotros, en un mundo en que los pueblos y las personas son apreciados y estimados sólo en función de su importancia económica, mostrar a todos que los niños y los pobres siguen siendo los preferidos del corazón de Cristo»[1]

3.- Los niños, en el corazón de la Iglesia (cf. Mc 10, 13 -16)
Una vez más las palabras de Juan Pablo II:
«No podemos descuidar el papel de los niños en la Iglesia. No podemos por menos de hablar de ellos con gran afecto. Son la sonrisa del cielo confiada a la tierra. Son las verdaderas joyas de la familia y de la sociedad. Son la delicia de la Iglesia. Son como "los lirios del campo", de los que Jesús decía que "ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos" (Mt 6, 28-29). Son los predilectos de Jesús, y la Iglesia y el Papa no pueden menos de sentir vibrar en su corazón, por ellos, los sentimientos de amor del corazón de Cristo.
Jesús, por su parte, siente un profundo respeto hacia los niños, y advierte: "Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18, 10).
Desgraciadamente, son numerosos los niños que sufren: sufrimientos físicos del hambre, de la indigencia y de la enfermedad; sufrimientos morales que provienen de los malos tratos por parte de sus padres, de su desunión, y de la explotación a la que el cínico egoísmo de los adultos los somete a veces. ¡Cómo no sentirse profundamente acongojados ante ciertas situaciones de indescriptible dolor, que implican a criaturas indefensas, cuya única culpa es la de vivir! ¡Cómo no protestar por ellos, dando voz a quienes no pueden hacer valer sus propias razones!
En esta catequesis dedicada al apostolado de los laicos, me resulta espontáneo concluir con una expresión lapidaria de mi predecesor san Pío X. Motivando la anticipación de la edad de la primera comunión, decía: "Habrá santos entre los niños". Y, efectivamente, ha habido santos. Pero hoy podemos añadir: "Habrá apóstoles entre los niños"»[2]

4.- Siervos inútiles somos… (Cf. Lc 17, 10)
La vida del cristiano se ve interferida por las tentaciones. Hasta el mismo Jesús tuvo que afrontarlas. Quizás desde su experiencia quiso finalizar la oración que nos enseñó con las palabras “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”.
Una de esas grandes tentaciones es la de pasar factura, la de recordarle a Dios y a los demás lo mucho que trabajamos. Los Apóstoles guardaban en su corazón las palabras de Jesús: «Cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer» (Lc 17, 10).
El mucho trabajo en las cosas de Dios y de la Iglesia es como el valor en el ejército: se presupone. En este contexto se dirigía hace ya bastantes años el obispo D. Ramón Buxarrais a un grupo de jóvenes: ¡Ay de la noche en que os vayáis a la cama descansados!, nos decía.
No obstante siempre queda en el aire la pregunta: ¿Realmente estamos haciendo todo lo que debemos hacer?
Ciertamente dedicamos muchas horas, muchos desvelos a nuestra tarea educativa. No obstante es grato tener la oportunidad de descubrir, como ha sido en mi caso, que ni la Titularidad de la Fundación Victoria, ni la Sede nos exigirá nunca más de lo que se exige a sí misma.

5.- Desde convicciones morales inquebrantables
Vivimos tiempos difíciles para la moral personal y colectiva. El integrismo de las ideologías oscurece la opción por la integridad de las personas. El relativismo extendido ha pasado de los principios a las personas, de tal manera que ni siquiera el ser humano es ya una verdad absoluta. Cada vez son más las minorías que han descubierto en el manejo del miedo, del chantaje y de la manipulación un arma de destrucción masiva. La palabra pierde su valor frente al polígrafo. El comentario entre pasillos, en Internet o en un programa televisivo de entretenimiento nos da argumentos suficientes para convertirnos en jueces…
En tiempos donde parece que estamos perdiendo el norte, los cristianos estamos llamados a ser testigos del Reino que Dios quiere, estamos llamados a sembrar paz, sentido común y cordura, estamos llamados a ser fieles a nuestra conciencia. Los cristianos llevamos más de 2000 años prefiriendo morir de dolor a morir de vergüenza, morir de pie a vivir de rodillas. No nos postramos ante otros dioses que no son nuestro Señor. Es entonces cuando esto de ser cristianos se convierte en fuente de felicidad, en puerta al corazón de Dios.

6.- “Aunque todos… yo no” (Et si omnes, ego non)
Esta frase, inspirada en las palabras de Pedro a Jesús[3], fue a menudo utilizada por los autores cristianos antiguos y del medievo para expresar de forma explícita su oposición a un poder dominante y opresivo. Y es que la presión de lo que los demás hacen o dicen es tan grande que termina convirtiéndose en un yugo que oprime nuestra conciencia y a veces termina dominándola.
Es cierto, por otra parte, que la tendencia a generalizar que tenemos los humanos eleva a la categoría de “todos” lo que realmente son acciones de unos pocos, especialmente si esas acciones van en contra de lo éticamente correcto. No todos defraudan a Hacienda, no todos maltratan, no todos se saltan el semáforo en rojo… No obstante, aunque todos… yo no. Se trata de un principio más de libertad que de moralidad.

7.- La entrega y el amor convierte nuestro trabajo en Evangelio Vivo
Miles de hombres y mujeres como nosotros, con sus dudas, con sus miedos, con sus preocupaciones, han sido Evangelios Vivos. Tenemos la suerte de conocer a personas que han conocido y manejado con especial ternura el arte de poner amor a las cosas que hacen y dicen. Contamos, además, con el testimonio de nuestros santos, especialmente de los que trabajaron en el campo de la Educación.
Y el amor, todos sabemos, se manifiesta en gestos que tienen la virtud de llegar a los demás.

8.- Sin complejos…
También vivimos tiempos difíciles para la Escuela Concertada. Somos, sin embargo, la apuesta por la libertad a la hora de optar por un tipo concreto de educación para nuestros hijos. Es bueno que una sociedad pueda ofrecer un abanico amplio de posibilidades y que éstas sean gratuitas. La educación, si es monocolor y no tiene alternativas en un país, se convierte en adoctrinamiento.
Sin complejos: ¡Que sugerentes las palabras de Monseñor Oscar Romero en su penúltima homilía! Al día siguiente, mientras celebraba la Eucaristía, fue asesinado:
«Y desde esa libertad del Reino de Dios, la Iglesia, que no sólo es el obispo y los sacerdotes sino todos ustedes los fieles, las religiosas, los colegios católicos, todo lo que es el Pueblo de Dios, el núcleo de los creyentes en Cristo, debíamos de unificar nuestros criterios; no debíamos de desunirnos, no debíamos de parecer dispersos y muchas veces como que somos acomplejados ante las organizaciones políticas populares y queremos complacerlas más a ellas que al Reino de Dios en sus designios eternos. No tenemos nada que mendigarle a nadie porque tenemos mucho que darle a todos... Y esto no es soberbia sino la humildad agradecida del que ha recibido de Dios una revelación para comunicarla a los demás».
Tenemos todo un futuro lleno de retos…




[1] Mensaje del santo padre Juan Pablo II al prepósito general de los escolapios en el iv centenario de la primera escuela popular gratuita de Europa (1994)

[2]Juan Pablo II. Audiencia general. Miércoles 17 de agosto de 1994
[3]Et si omnes scandalizati fuerint in te, ego numquam scandalizabor (Mt 26, 33: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré.»).